12/18/07


El crecimiento de las personas


Sábado 11:00 a.m.

A petición de mi padre accedo a visitar a una de mis tías de 79 años a quien no veía hacía algún tiempo. Hacía años que no la visitaba en compañía de mi padre y hacía un buen par de meses que no viajaba en auto con mi padre. Él había decidido llevar un auto que ya no usa mucho y que es el que usábamos como familia algún tiempo atrás. Recuerdo esos paseos de domingo por todo el malecón y la Costa verde, viendo el mar. A pedido de mi madre, siempre teníamos esos paseos familiares de domingo, subíamos todos, Marisol, Mariel y yo. Recuerdo los colores del cielo, y si algo puedo agradecerle a Lima son sus tardes de verano en el malecón. El cielo lleno de colores impensables. Fucsias, magentas, amarillos, naranjas, violetas, celestes…en fin un millón de tonalidades que con mi madre revisábamos una a una a lo largo del viaje.

Tampoco puedo olvidar el amor por la música de mi padre, siempre con la radio y cantando.

Está vez es sábado y es por la mañana que volveremos a hacer ese camino de malecones y costa verde. Subo al auto de mi adolescencia, esta vez seré el copiloto –el lugar de mi madre-. Al entrar una nueva sensación me invade. Soy yo, mejor dicho mi cuerpo, este asiento era más grande antes, el auto era más ancho, me di cuenta que mi padre y yo éramos dos adultos ocupando esos espacios.

Llegamos a la casa de mi tía, ella no nos abre la puerta, está recostada, la vemos y me quedo conversando con ella un buen rato. ¡Como pasa el tiempo! Tía Teresa, tú también me has protegido tanto, recuerdo siempre que los 24 de diciembre vengo a tu casa y preparas un almuerzo navideño para mí y Berta, tu hermana. Ahora te veo ahí recostada, frágil pero a la vez fuerte, se que eres fuerte y que estás bien, pero que estás envejeciendo y que todos tenemos que entenderlo.

Domingo 16:00 p.m.

Como suelo hacer por la tardes, me provoca tomar una taza de té, de esas bien calentitas que me acompañan mientras estoy en mi taller con la compu o en mi cuarto viendo tele.

Mi madre está en el comedor, también es su hora de tomar algo calentito, solo que ella toma café. Toda la vida hemos tomado juntos algo caliente por la tarde. Hace muchas tardes que no nos encontrábamos ahí en este comedor de la casa que nos ha acompañado por años. El comedor que ha sido testigo de las navidades, de las celebraciones, de peleas, también de gritos, y de las tardes de “té calentito” entre los dos, de las visitas de Marisol -que ahora vive fuera de casa-, del primer año de Mar, de la primera Navidad con Mar, de nuestro almuerzo navideño del 25 -el primer almuerzo al que iría también Julián-.

El sonido de la tetera interrumpe nuestra conversación, voy por el agua, la pongo en el termo y sirvo café para mamá y té para mí.

Que tranquila está la casa, le comento a mi madre. Reímos un momento al recordar que desde que Mar mi sobrina nació la casa tenía otro ritmo, un ritmo más intenso, el ritmo y la alegría que un niño le pone a la casa.

La tarde y la conversación me toma por sorpresa, al parecer, la casa se queda tranquila de ahora en adelante, mi madre me cuenta que Mariel y Mar se mudan de casa. Sí, luego de 5 años, Mariel mi hermana se muda con su novio. Corro al cuarto de Mar, veo el mural de estrellas y mostacillas que hiciera para ella hace un año, veo sus dibujos, veo las fotografías, los pequeños ponys. La televisión ya no está, y los cajones están vacíos.

Mar comienza una vida fuera de casa, y yo no estaba preparado para eso.



Lunes 18:00 p.m

He estado con un dolor abdominal todo el día, he terminado cansado por las intensas semanas de trabajo, stress, etc.

He decidido parar, sentarme y descansar. Realmente lo necesito.

Mi padre llega justo a esta hora. Mi madre lo espera, ambos tienen que salir. Les pido que me den un aventón, total están de camino.

Subimos al auto, ese que casi no conozco, mi padre enciende la radio, y volvemos por ese camino de siempre, ese camino de la Costa verde.

Hoy por fin ha salido el sol en Lima, y son las 18:20 p.m., es el atardecer, y el cielo está más colorido que nunca, mi madre emocionada me comenta los lindos colores que hay en el cielo, y una vez más comenzamos ese ritual de cuando niño: fucsia, naranjas, celestes, amarillos…sí mamá esos colores que me enseñaste cuando niño, me enseñaste apreciar la belleza.

Curioso sentirme así, nuevamente en el auto de papá, contando colores, dejando que la luz y el brillo del sol nos reflejen. Y me siento un poco como cuando niño.

De pronto mi padre nos interrumpe para decirme que llegamos, que estamos cerca de la ofi de Julián, me despido, debo bajar a encontrarme con él.

Costa Verde. Lima. Perú